Reflexiones y noticias sobre la aplicación de la Filosofía a los diversos contextos ciudadanos del siglo XXI: desde las consultas filosóficas a la filosofía en la cárcel

lunes, 22 de octubre de 2007

Las indecencias de Pilar y Fernando

Reseña a la obra de teatro "Mejorcita de lo mío"
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Interpretada por Pilar Gómez. Dirección de Fernando Soto.
Una producción LA ESCAPISTA TEATRO (Madrid/Huelva)

La filosofía, decía María Zambrano, no es sino el intento de descifrar el sentir originario. Este descifrar requiere dos ingredientes de coción: el escenario de la vida y la posterior reflexión sobre ella. Mejorcita de los mío es eso: “un vuelo sin motor” en el que Pilar Gómez, desde el primer momento, nos sumerge en su mundo personal de sueños y temores, de esperanzas y frustraciones, deseos cumplidos y anhelos insatisfechos, de dudas existenciales,… o bien de esos momentos que, no por cotidianos, dejan de ser menos angustiosos para la propia existencia: ¿café o té? ¿pelo recogido o suelto? ¿ducha o baño? ¿salgo o no salgo? ¿alto o moreno? ¿guapo o simpático? ¿Ser o no ser?....

Así, Pilar, comienza su caminar, ¿quizás su sueño?, al fondo del escenario, en la lejanía de la cotidianidad que, precisamente por cotidiano, aun no se ha abierto al auténtico sentir de originario. Ni siquiera conoce ella su auténtica profundidad: es necesario poner un pie delante y otro detrás para irlo descubriendo, para irse manifestando.
Pero, ¡ay!, en ese descubrimiento, inaugurado por la esperanza, se manifiesta el otro y, además, entra en escena nuestro yo más íntimo. ¡Difícil pareja de actores! ¿Como exhibir nuestro yo profundo que, a veces, no cuadra con el mundo, a esos extraños de mirada voyeurista?
En ese momento en que nos sentimos como en un teatro, sentimos a todos afuera evaluando qué y cómo actuamos. Es el momento oportuno para que aparezca una parálisis (¿Física? ¿Existencial? ¡A saber!). Nuestro yo, aun juvenil ante la mirada de los otros, nuestro fondo insobornable, que teme aparecer de pronto, se nos desborda. Mirándose como ojo de dios, sacados de nosotros mismos, sentimos, plúmbeas, las miradas de esos otros: Al otro lado del escenario, las pupilas del público, repentinamente, se agrandan. Sabemos que no podemos continuar como bufones que no saben llevar a cabo su papel.

El camino demandaba esa exposición: dejar en carne viva nuestro caminar. El día que dejamos de mirar la imagen en nosotros y miramos al público, conocemos vitalmente las dimensiones de nuestra afrenta contra nosotros mismos: “¡Oh my god! ¡What a stupid thing I am!”. Entonces, acomete a nuestro ser la parálisis.

Nos quedamos en medio de la escena e intentamos bromear: “No se preocupen, esto ya me ha pasado antes”, “váyanse a tomar unas cañas que en un ratito vuelvo a mi papel: a mi vida”. En el fondo, esa parálisis ya ha acontecido con anterioridad. La parálisis entre el moverse hacia delante y el regresar al estado prenatal. Se trata del instante en que ya no se puede regresar atrás porque el yo ha de desarrollarse bailando con un “no-entender-cómo-seguir-adelante”.
He ahí que aparecen los múltiples remedios. Por una parte, los remedios caseros afectivos de la amiga (“¡Venga Pilar que tú vales mucho!”). Por otra, los más agresivos (“¡Mira Pilar que ya no tienes edad para seguir haciendo tonterías!”). Finalmente, las medicinas de los especialistas (“según la terapia de Albert Ellis la cognición determina la acción y la emoción, por tanto la aplicación terapútica de mensajes positivos a las coyunturas existenciales pondrá en funcionamiento la articulación pulsátil de aquello que se quedó inactivo”.
-“Esperen un momentito que yo sé esto como arreglarlo: sólo se trata de animar un poco mis músculos –o quizá mi vida- para que salgan de este entumecimiento pasajero”
- “¡Venga Pilar que tú puedes! ¡Sí, sí! ¡Adelante!”.

Conocida nuestra grandeza y nuestra debilidad, confiamos, ¡ingenuos!, que el camino ya está recorrido que el sentir original, bien o mal es más que conocido. Infelizmente, sólo nos hemos posado en el camino del auténtico conocimiento. El dolor y el sufrimiento nos abren a una nueva vía para el autoconocimiento. Este autoconocimiento empieza por la pregunta más desgarradora de la filosofía: “¿Quién soy yo?” Si la filosofía ha sido algo a lo largo de la historia, es conocimiento de uno mismo. A él, nos remite el sufrimiento, a un escenario de intimidad, de soledad sonora y silencio vívido en que la palabra se hace cristal sagrado de autenticidad. Las luces de “la vida del afuera” quedan apagadas, la titilancia de nuestro pecho abierta y en lo alto del escenario se dan las condiciones para desnudarnos, quedarnos expuestos y construyendo nuestra propia filosofía personal.

La filosofía no es una ciencia sino, si se quiere, una indecencia, pues es poner a las cosas y a sí mismas desnudas, en las puras carnes – en lo que puramente son y soy – nada más (José Ortega y Gasset)

La respuesta acontece desde lo más básico: Soy unas uñitas, un piececito, un tobillito, una rodilla, un muslito, una cadera y, ¡oh milagro!, soy otra caderita, otro muslito, otra rodillita, otro tobillito, otro piececito, otro tobillito, una barriguita, un esternón, un pechito, un pezoncito, un cuello, una cabecita, un bracito, una manita, un codito y ¡oh milagro!

Además, soy una historia: Soy la joven que coronó a la Virgen cuando estaba en 8º de EGB (“porque, ¿sabéis?, elegían a las mejores alumnas del colegio, mientras el resto cantaban alrededor”
-“Pero llegó la adolescencia… ¡y la adolescencia es una época muy mala!”
La época en que se pierde la fe y, sobre todo, la época en que se pierden las certezas vitales… y sin certezas, sin creencias, ¿cómo seguir andando por este anchuroso mundo?
Se hace necesario aferrarse a otras certezas: Una madre a quien no sabemos cortar cuando, al teléfono, hace inventario de nuestra vida emancipada; el apego a ideales scoutistas o a un modo de vida existencia ecologista que, al final, descubrimos irrealizable cuando se lleva a sus últimos estadios y que nos enerva (“¡Dónde leches se recicla el papel albal!”) y nos hace llorar desesperados (“¡Yo no estoy matando al mundo, yo sólo tengo un piso de cincuenta metros!”).

Nuevamente, las crisis acechan la vida, mas ahora ya estamos vestidos. Con nuestro traje de lunares negros, quizá deudor de traumas o adherencias que no quisimos abandonar. Bonito o feo, traje es. La vida pasa de ser descifrar a convertirse en un conjugar. Conjugar ¿qué? Conjugar el propio hilo que tejen nuestras acciones y las piedrecitas que se meten dentro del zapato.
Y sonreimos…
Sonreimos a la vida porque nos dicen que hay que hacerlo. Sonreimos cuando hablamos al público, cuando mantenemos una conversación con un amor a punto de fracasar, cuando nos maquillamos frente al espejo antes de salir al escenario, cuando llamamos a alguien que, desde un blog cibernético, ha linkeado la obra de nuestra vida, sonreimos, sonreimos, sonreimos,… y lo hacemos con poca conciencia. Y, a veces, en la trastienda de nuestra existencia, la sonrisa, cruel seductora, se descubre tan falsa como auténtica fue la respuesta que nos dijimos aquel momento en que estábamos desnudos en el fondo del armario.
Sonreimos y sonreimos… hasta que no podemos más. Hasta que la vida se ha hecho asfixiante y estamos cansados de callar, de ser “buenos niños”.
- “Que sí José Manuel, que yo te escucho”
- “¡NO, NO, NO! Perdona. Sigue, sí… sí… sí….”.
- “Un momentito. ¡Mamá ahora no puedo hablar de las cortinas!... ¡Mamá, que estoy…! Por favor, mamá… ¡Adiós!”
- Sí, Jose Manuel, estoy contigo.
- Sí, si si, si, si,… sigue… si, te escucho, si, si,… si.
- ¡NO, AHÍ NO TIENES RAZÓN!
- Perdona lo que quiero decir es que…
- ¡ME PARECE QUE TE EQUIVOCAS! ¡NO!
Y los sies, agostados por el uso, se tornan en noes, aterrizando el drama...
- ¡NO, JOSE MANUEL! ¡NO!
- ¡YO NO ESTOY CHILLANDO!
- ¡¡YO NO SOY FELIZ!!
… el drama para los demás.
-¡QUÉ PASA! ¡¿ACASO TODOS TENEMOS QUE SER FELIZ?!- nos enervamos -¡PUES YO SOY INFELIZ!

En ese momento, en el nuevo reconocimiento de nuestra ¿debilidad?, en el sabernos diferentes a los demás, en el no seguir el trayecto que, nos dicen, mantienen 6000 millones de “bichejos parlantes” sobre el rostro de la tierra, nos sabemos diferentes… nos sabemos yo-no: “¡NO! He dicho ¡NO!”. Quizá un modo bestial o estúpido de demandar derecho de pernada. Tal vez, la forma menos delicada y más visceral (¿qué pensaría la señora de las cortinas si nos viera, la que nos adecentó con unos zapatos de charol rojo que, hasta el momento, lucían en todas nuestras citas?). Quizá burdamente, pero ¿alguien podría pedir a un olmo que diera peras?

¡HE DICHO QUE NO! ¡QUE NO SOY FELIZ! – y el mundo muta, da vueltas y vueltas. El amargor de la victoria nos invade al ver como, nuevamente, algo está mutando. Los ojos calientes y lo que acaba agarrotándose en el latido del corazón que ya no quiere latir. Asistimos, pasivamente, a palabras (PENA) que, ya, no nos ahogan porque hemos abandonado la esperanza (PENA). Un sentimiento difuso y lacerante (PENA) cerca por los cuatro costados y, como niños, cogemos una tiza (PENA, PENA, PENA) y la escribimos (“PENA”) en el suelo rememorando aquellos juegos propios del recreo. PENA, PENA, PENA. Regresamos a la infancia, porque allí reside nuestro sentir originario, en la patria de Peter Pan y en la de los zapatos de charol: pena, pena, pena,…

Al regreso, ya no queremos terapia, porque, “yo, las penas, me las como con pan”. Nos hacemos un puchero que acalle nuestras maladanzas, las que el mundo nos infringió. Regresamos a nosotros mismos. La ira no nos lleva a nuestro yo más auténtico, sino delante del escenario, un poco esquinados de nuestro centro vital. El odio contra el mundo, que amenaza con destruirnos, al tragárnoslo nos asfixia: no es posible digerirlo. Y nosotros, que perdimos la fe pero no la bondad, tenemos que vomitarlo, porque la pena no digerida sólo tiene un lugar natural en que habitar: la bazofia del propio mundo.
Entonces decidimos curarnos “porque no nos queda otra alternativa”. “Sólo tenemos un vida y yo me curo porque quiero curarme”.

Curar: Aplicar el tratamiento o los remedios necesarios para hacer desaparecer una enfermedad, una herida o un daño físico. Sanar las dolencias, los defectos o las pasiones del espíritu.
Ej: … Esta vida es como para entenderla, unas veces esto… otras lo otro… y una en medio, aguantando el chaparrón, pero con sentido del humor… porque eso sí, mañana me curo y seguro que estoy mejorcita de lo mío… Si la vida se pone asquerosa y te deja heridas… habrá que curarlas… y punto.… ¿Yo? … pues me curo… y ya estoy buena… más bien… mejorcita de lo mío.


Último acto: el mundo de los otros regresa (¿puede ser más paradójica el paso de los días?). Mamá nos llama al teléfono, y se ha metamorfoseado. Jose Manuel es alguien que no entendemos (¿acaso deseamos entenderlo ahora? ¿acaso podemos?). Nuestra amiga ya mezcla sus consejos con los otros dos. En un totum revolutum, alcanzamos una nueva definición de nosotros. Tal vez no sea mejor que la anterior pero es la que nos vale: El otro me descubre mi rostro (¿pueden ser más inconsistente mi vida?).

Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es ¿no? Y como todos dicen algo distinto y esto uno lo oye millones de veces en su vida, por poco que ésta sea larga, acaba por no saber en absoluto quién es... Incluso uno mismo está siempre cambiando de parecer.


***

Pilar marcha del escenario después de haberlo llenado, después de haberse henchido de yo misma y tras haber convertido su terapia en su propio camino. Saber quién es le permite decidir, le permite saber que la crisis volverá con las cebollas y el puerro que comió para curar su desaliento. Mas, Pilar, sabe que, conseguirá superar los diversos baches que se le presenten porque sabe cómo hacerlo: queriéndose curar. Puesto que no hay cura definitiva y todas las terapias ayudan a que uno cure, siempre que uno quiera y sepa tomarse su puchero de penas.
Y cuando la amiga consoladora la llame por teléfono y entre los consejos de su madre sobre la forma de planchar las cortinas y el modo de ordenar los zapatos,… en el trasiego de los sonidos inarticulados de José Manuel o el canto esperanzado de un sudamericano, su respuesta, entre el foco atardecer de un lado y la percha esperanza del otro, será que sí, que no se preocupen, que está mejor: mejorcita de lo mío.

José Barrientos Rastrojo
Filósofo – Orientador Filosófico
Universidad de Sevilla
Grupo de Investigación “Filosofía Aplicada”
www.josebarrientos.net
Sevilla, 20 de Octubre de 2007, 21 horas

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